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TelevisaLeaks, ¿cuándo conoceremos la verdad en Colombia?

El control de los medios de comunicación no es una novedad, ni una práctica marginal en las sociedades contemporáneas. Antonio Gramsci, desde su análisis sobre la hegemonía cultural, advertía que el terreno de la comunicación es un verdadero campo de batalla donde se disputan los sentidos, las narrativas y, en últimas, la conciencia colectiva. En este escenario, los grandes emporios mediáticos no solo informan, sino que modelan realidades, filtran lo decible y promueven marcos ideológicos que consolidan el statu quo. Por ello, frente a este fenómeno, Gramsci insistía en la necesidad de asumir una postura crítica y comprometida, que cuestione activamente los discursos dominantes y evidencie las relaciones de poder que los sustentan.

En los últimos días, ha salido a la luz un nuevo escándalo mediático que confirma estos planteamientos: se trata de TelevisaLeaks, una filtración masiva de más de 5 terabytes de información confidencial proveniente de la principal cadena televisiva de México. Aunque en 2012 ya se habían hecho públicas denuncias sobre la manipulación mediática en favor de intereses políticos, la reciente revelación —difundida el 27 de abril de 2025 por Aristegui Noticias— da cuenta de una operación sistemática de desinformación denominada “Palomar”. La periodista Carmen Aristegui entrevistó a Germán Gómez García, excolaborador de Televisa, quien relató cómo funcionaba este grupo clandestino encargado de generar noticias falsas, campañas de desprestigio y manipulación masiva a través de redes sociales, utilizando bots, trolls y perfiles apócrifos.

Este tipo de revelaciones encienden nuevas alarmas sobre la relación estructural entre el poder mediático y el poder político, así como sobre la fragilidad de los procesos democráticos en América Latina, especialmente cuando la información deja de ser un derecho y se convierte en un instrumento de control. Lejos de ser un hecho aislado, esta estrategia comunicativa se inscribe en una tradición bien documentada: durante la dictadura chilena, el periódico El Mercurio fue pieza clave en la legitimación del golpe militar, y en Argentina, diversos medios participaron activamente en la construcción del discurso oficial durante la última dictadura.

TelevisaLeaks actualiza estas prácticas en clave digital, y aunque aún falta esclarecer el alcance de los vínculos entre el grupo “Palomar” y sectores como el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el volumen y la gravedad de la información filtrada ameritan una vigilancia crítica sostenida desde el periodismo, la academia y la sociedad civil.

Este grave escándalo demuestra, sin lugar a dudas, que los grandes emporios de la comunicación han sido actores fundamentales en la construcción de campañas de desprestigio contra determinados sectores políticos. La función informativa se ha subordinado, una vez más, a intereses de poder que utilizan la opinión pública como terreno de disputa y manipulación. En este marco, resulta pertinente observar cómo los medios colombianos —particularmente Revista Semana, El Tiempo, El Colombiano, RCN (radio y televisión), Caracol Televisión y Blu Radio— han sostenido una línea editorial claramente adversa al actual gobierno de Gustavo Petro. A esta lista se suman medios que, en teoría, se presentaban como “alternativos”, como La Silla Vacía, que también han evidenciado una postura crítica que, lejos de ser analítica o rigurosa, se ha mostrado alineada con los intereses de los sectores tradicionales del poder.

Una muestra contundente de esta operación mediática fue el tratamiento que cada uno de estos medios dio a un episodio claramente calculado: las supuestas “cartas” enviadas por el ex canciller Álvaro Leyva Durán al presidente Gustavo Petro. A pesar de que dichas misivas estaban aparentemente destinadas al mandatario, constituían un artilugio para instalar un juicio mediático contra el Gobierno del Cambio, los medios actuaron como caja de resonancia de esta estrategia, amplificándola con total ausencia de crítica o contraste. La cobertura fue homogénea, sincronizada y diseñada para generar escándalo, no para informar.

Este fenómeno no se limita a los medios tradicionales. Un recorrido breve por la red social X (anteriormente Twitter) permite identificar con claridad la sistematicidad del ataque: cuentas que publican en masa contenidos idénticos o muy similares, perfiles que citan las mismas fuentes de medios hegemónicos, y mensajes que posicionan determinados temas como tendencia en tiempo récord. A ello se suma el actuar sincronizado de miembros del partido Centro Democrático, que replican consignas de forma casi coreografiada. En el caso de las cartas de Leyva, el énfasis en el supuesto consumo de drogas no fue casual, sino dirigido estratégicamente a sectores sociales sensibles a esa narrativa.

Todo esto confirma la existencia de un ataque sistemático en el que participan medios hegemónicos, redes de trolls y bots, así como figuras políticas con gran influencia digital. Basta mencionar a María Fernanda Cabal, cuyo perfil, con más de 500.000 seguidores, tiene la capacidad de instalar cualquier mensaje como tendencia nacional, independientemente de su veracidad. Tal como reveló el caso TelevisaLeaks, la verdad es un aspecto marginal: lo esencial es el sensacionalismo, el morbo, y el control de los afectos y percepciones colectivas. Así se legitima cualquier acción contra Petro o contra cualquier actor con pensamiento crítico. Un ejemplo claro fue la infame campaña contra la representante de Presidencia ante el Consejo Superior Universitario de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, a quien se intentó vincular falsamente con un grupo guerrillero, utilizando una foto de una excombatiente que ni siquiera guarda parecido físico con ella. Pero, como ya se dijo, en este juego mediático lo importante no es la verdad, sino el impacto viral.

A pesar de todo esto, la FLIP (Fundación para la Libertad de Prensa) permanece en silencio. No ha habido pronunciamientos firmes frente a los ataques sistemáticos que han puesto en riesgo a periodistas de RTVC, ni frente a las campañas de desinformación que circulan impunemente. Este silencio cómplice contribuye a la normalización de la violencia simbólica contra el periodismo público.

En definitiva, como lo advirtió Gramsci, los medios de comunicación están estrechamente entrelazados con los aparatos del poder político. Es urgente que se revele cómo la prensa colombiana ha sido parte activa de la propaganda sucia contra el gobierno nacional, así como lo fue —y sigue siendo— en la estigmatización histórica de la Unión Patriótica y del Partido Comunista Colombiano, cuyos militantes han sido convertidos en objetivos en medio del conflicto armado y político del país.

Por: Juan Sebastian Sabogal Parra

Información tomada de semanariovoz.com

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de Noviembre 4 de 1970

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